Mesa redonda.
Como la de Arturo y Ginebra
era redonda la de la casa de
los abuelos.
Caras apremiadas a mirarse a
las caras
con el perol en el centro.
Era mesa con rey y reina,
de generosos anfitriones
que renegaban de su linaje.
De madera gastada por tantas
pasadas de jabón y lejía,
mesa auxiliar,
mesa principal,
mesa de lectura con candil de
aceite,
mesa de encuentro,
mesa siempre dispuesta a acoger
a cualquiera.
Mesa nuestra,
mesa de todos,
mesa de juegos de días de
lluvia
de desgranar alubias
de desgranar guisantes
de apoyar remiendos,
mesa de noche siempre recogida
esperaba tazones de leche con
café cada mañana.
Piernas entrelazadas
piernas recogidas
bajo la desnuda madera ajada
y cruda,
a veces protegida de hule
y en invierno bajo una falda verde
oscuro.
Ahora cara a la pared
con una jaula de vidrio
encima,
ya no acoge ni a nobles, ni
caballeros ni a vasallos,
como espejo que nada refleja,
en su lugar,
una mesa con demasiadas
esquinas.
Era la mesa,
eran mis abuelos,
éramos nosotros.
Mesa redonda
que perdió su condición
como la perdió la familia
cuando marcharon José y Martina.
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