Trozo de periódico
No
sé qué árbol podría ser, un chopo, no, un chopo no, es demasiado hueco, un
frutal, no, él no conoce su fruto, un olmo, si, mejor, un resistente y viejo
olmo con buenas raíces, que sus semillas vuelan y vuelan pero ninguna germina y
aunque anidan pájaros, lo hacen con nidos de paso.
La
radio como despertador y un café con leche, son el mejor empujón para acercarle
cada día a las nueve a la puerta, coger el bastón y salir a la calle.
Solo
cuando el frío, el calor o el agua ocupaban los bancos del paseo, se refugiaba
en la biblioteca, como es refugio, a buena temperatura y a buen precio, de los
buscadores de los libros compartidos y del silencio contenido. Allí
se junta, con estudiantes a la captura de una mesa, jubilados y parados en
busca de un furtivo roce social y las últimas noticias en los periódicos, el resto
de los días, prefería un banco en el paseo convertido en un premeditado mirador.
Inmóvil,
observaba todo lo que pasaba por delante de él, allí se
sentía acompañado por cada instante, por cada paseante, por cada situación
imprevista, pero nada, nada podía
llevarse, todo pasaba y quedaba allí, siempre volvía solo con su bastón a casa.
Una mañana acalorada después de su paseo, tuvo suerte,
encontró pronto un banco libre a la sombra.
Un suave cierzo, trajo un papel hacia a su silencioso atril, lo cogió para que no siguiera volando, se percató de un trozo de fotografía con tres personas
que solo tenían piernas y que aparecía de fondo algo que podría ser un salón y
de uno texto cortado que comenzó a leer.
Al poco rato, ya no era un observador,
estaba dentro de una hoja de papel rota,
una isla llena de vida nació en ese
instante.
Ensimismado, leyó el retal un par de
veces e intentó reescribir los trozos ausentes, recreó el principio y preparo
un ajustado final.
No importaba el argumento, se incorporo a él y tomo parte.
Al terminar, tiró el papel y se llevó
la historia a casa, ese día no volvieron solos.
Desde entonces, antes de buscar un
banco, buscaba textos incompletos en trozos
de papel roto, si no encontraba, echaba mano al bolsillo y cogía uno que
llevaba por si no había hallazgo y rompía un trozo.
Como la primera vez, retazo a retazo, brotaba una nueva aventura en la que vivir.