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viernes, 1 de junio de 2018


Cuarenta años 


Había nacido hacía cuarenta años, precisamente ese día.

Mis dos hijos comían en el Instituto y eludían los cumpleaños, mi pareja prefirió ir a mirar un restaurante con su hermana para celebrar el de su padre..

A la salida del trabajo, funcionario para más reseñas, fui a una terraza interior de un centro comercial, el día estaba algo fresco y quería comer en un sitio desahogado.

Pude elegir el sitio desde el que observar todo el espacio, aunque reconozco no fijarme mucho en los demás, tenía ganas de ver gente haciendo lo mismo que yo, ellos no sabía que iban a ser mis acompañantes en esta mi especial celebración.

Algunos trabajadores estaban sentados en una mesa amplia, la desordenada decoración de su ropa indicaban su actividad laboral.

Pasaron dos chicas que dudaban en quedarse, bien enfundadas en pantalones de cuero y encantadas de conocerse, como caminando por una pasarela miraron el menú y marcharon.

Debí llegar más pronto de lo habitual, había bastantes sitios a elegir. Mientras esperaba la atención del camarero y el servicio después, a la vez que los espacios se ocupaban iba creciendo el ruido de voces descompasadas.

Dos chicos y una chica se sentaron en una esquina, luego entendí que su sobrepeso tendría algo que ver con la fruición a la hora de comer, la misma con la que compartían su contagiosa alegría. La comida no iba hacia ellos, ellos viajaban hacia ella.

También había una pareja de bastante edad. Eran una involuntaria invitación  a contemplar la dulzura de sus movimiento, sus miradas y reposada conversación, sin prisa por la llegada del postre.

Tres millennials  con tres trajes, tres maletines, tres móviles grandes  y tres cabezas  muy repeinadas.

Dos parejas se sentaron en la mesa que quedaba libre a unos  diez metros de donde yo estaba, alardeaban de los móviles, que no los dejaron de usar ni mientras comían, una de las chicas creo que algo más joven que yo, de vez en cuando miraba hacia donde yo estaba, además me pareció muy guapa, me recordaba a una chica con la que salí al mientras hacía Bachiller. Esta chica seguro que se llama como ella, Ana.

También había una pareja de adolescentes que llegaron con su isla y en ella siguieron, creo que salvo la hoja del menú, todo lo demás estaba en mar abierto

-Qué lejos está de mí ese afortunado encuentro-.
Me di cuenta que me había colocado bajo la televisión, de vez en cuando algunas miradas de los comensales se dirigían hacia ella, sólo imágenes encontraban,  afortunadamente huérfana era de sonido.
-Curiosa menestra de comensales-.
Mi relación con las compañeras de trabajo o con las mujeres en general era muy indiferente, mi compañera era mi referencia, -para que danzar más-.
Pero Ana no paraba de mirar, cierta inquietud crecía durante la comida a la vez que se hacía más lento masticar de cada alimento,  ya ni me acuerdo que comí de segundo plato.
Poco a poco fueron desapareciendo todos los comensales, como mi interés por ellos, a hurtadillas, la seguía mirando.
Una de las parejas de este grupo se levantó, quedó Ana y un chico.
Ya con algo de descaro no escondía mi mirada, por otro lado,  el acompañante de Ana estaba muy interesado en su isla digital.
Hace mucho tiempo que no me atraía tanto una mirada, una persona y una sensación.
Cada vez me sentía más inquieto, si marchara el chico que le acompañaba, pensé en acercarme con cualquier pretexto y hablar con ella.
Esa sensación de ser observado, de compartir miradas, de la creciente atracción, que arrinconada estaba en mi memoria. Me sentí afortunado, sorprendido, emocionado y con un especial vértigo.
Pedí un café y deseé que no terminara, ni el de ella tampoco.
Algo salió en Televisión que muchas personas miraron, yo ni tenía interés y además estaba encima de mí, mis ojos ya tenían dueña.
Los acompañantes de Ana también miraban, ella sacó un cajita del bolso y de la cajita sacó unas gafas y miró hacia la televisión.


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