Llegó una
herida,
no esperaban
las uvas que pronto se iban a agriar sus compromisos.
Sin tener
venda preparada, encerraron nuestros pasos, los sentidos,
las dudas y
el miedo tras los cristales,
desde allí tuvimos
que contemplar la soledad, la vida.
Después, la
piel se nos negó, las palabras se oscurecieron,
hablaron los
ojos, aunque con ello descubrimos la verdadera edad de las miradas.
Se apagaron
los sentidos, muchas soledades y muchas despedidas.
La
naturaleza no cesa de gritar y pedir
auxilio,
a nuestro
pesar, alejándonos de ella abonamos su vida,
se acercó a nosotros
y se iluminó.
Que mal año
cuando pierden muchos y ganan pocos,
mal presagio
para sonreír al próximo.
Aunque nos
cueste encontrar respuestas, no podemos renegar de lo vivido.
Podemos
echarle la culpa a las uvas, al agua o la tierra que las engendró,
quizás somos
nosotros los que sin darnos cuenta,
con nuestra
indiferencia, las hemos cultivado.